"OrtoGrafiaMagica"
Nombre: Neyzer Antonio Chi Che
Teléfono: 9971169115
Correo: neyzerantonioc@gmail.com
Materia: Ortografía
Docente de la materia: Laura Nallely Pech Golpe
Universidad: Universidad Interamericana Para El Desarrollo
Fecha: 04/12/2023
Parte de la oración | ¿En qué consiste? | Función Principal |
Sustantivo | Son palabras que representan personas, lugares, o cosas. | Funciona como sujetos, objetos o complementos. |
Adjetivos | Son palabras que describen o califican sustantivos. | Modifican sustantivos, indicando características. |
Adverbios | Son palabras que modifican verbos, adjetivos u otros adverbios. | Indican como, cuando, donde o en qué medida ocurre algo. |
Preposiciones | Son palabras que establecen relaciones entre elementos de la oración. | Conectan palabras y expresan ubicación o dirección. |
Conjugaciones | Generalmente para indicar el tiempo, la persona, el número, y el modo del verbo. | Une palabras, frases o cláusulas dentro de una oración. |
Pronombres | Son palabras que reemplazan a los sustantivos. | Evitan la repetición de sustantivos y hacen la oración más fluida. |
Verbos | Son palabras que expresan acción, estado o proceso. | Indican lo que alguien hace, es o experimenta. |
Rojo: Sustantivos.
Azul: Adjetivos.
Verde: Adverbios.
Morado: Preposiciones.
Rosado: Conjunciones.
Naranja: Pronombres.
Café: Verbos.
Mostaza: Uso correcto de la “B”, “V”, “LL” y “S”, “C”, “Z” y “H”.
Texto 1.
Obra literaria: El almohadón de plumas.
Autor: Horacio Quiroga.
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a
veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril—, vivieron una dicha
especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más expansiva e incauta ternura;
pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio
silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal
impresión de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos
hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. Había concluido, no obstante, por echar
un velo sobre sus antiguos
sueños, y aún vivía
dormida en la casa hostil, sin querer pensar en
nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que
se arrastró insidiosamente
días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde
pudo salir al jardín
apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a
uno y otro lado. De
pronto Jordán, con honda
ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,
redoblando el llanto a la más leve
caricia de Jordán. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar
palabra.
Fue ese último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención,
ordenándole calma y descanso absoluto.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle—. Tiene una gran
debilidad que no me explico. Y sin vómitos, nada… si mañana se despierta como hoy, llámeme en seguida.
Al día siguiente Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable.
Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
Pronto Alicia comenzó a tener
alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras de suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora
temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que
tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
—Pst… —se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera. —Es un caso inexplicable... Poco hay que hacer…
—¡Solo eso me faltaba! — resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de
anemia, agravado de tarde, pero que
remitía siempre en las primeras
horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida
en nuevas oleadas de
sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de
estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le
tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores
crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban
dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz.
Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa no se oía más
que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después de deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz
baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de
Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántalo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó; pero enseguida la dejó caer, y se quedó mirando a aquél,
lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la
sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas
superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa,
mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre.
La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido
al principio su desarrollo; pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas situaciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma
Signos de puntuación:
Los signos de puntuación desempeñan un papel fundamental en
la escritura al proporcionar una estructura lógica y coherente a las oraciones.
Uno de los signos más básicos es el punto, que indica el final de una oración
completa. Por ejemplo:
- Oración Simple: El
sol brilla con intensidad.
La coma, otro signo esencial, se utiliza para separar
elementos dentro de una oración. Puede ser empleada en listas o para delimitar
cláusulas. Aquí tienes un ejemplo:
- Lista: Tengo que
comprar manzanas, plátanos, y uvas.
- Cláusulas: Después
de estudiar, salimos a pasear.
El punto y coma combina características del punto y de la
coma, siendo útil para separar cláusulas relacionadas o elementos en una lista
más compleja:
- Cláusulas relacionadas: Me gusta viajar; mi hermana prefiere quedarse
en casa.
- Lista compleja: Organizaré una reunión con Juan, el diseñador;
María, la gerente; y Pablo, el desarrollador.
Los dos puntos se utilizan para introducir una lista,
explicar algo en detalle o indicar una relación de causa y efecto:
- Introducción de lista: Necesito varios ingredientes para la receta:
harina, huevos y leche.
- Explicación en detalle: El motivo es simple: queremos mejorar la
eficiencia.
Los puntos suspensivos sugieren una interrupción o elipsis
en el discurso, dejando algo implícito:
- Suspensión: No sé
qué decir...
Los paréntesis añaden información adicional o aclaraciones:
- Información adicional: Mi hermana (quien vive en París) vendrá de
visita.
- Aclaración: El proyecto
(como discutimos anteriormente) está en marcha.
Los corchetes se utilizan para añadir aclaraciones o correcciones
dentro de una cita:
- Aclaración: "Ella [la profesora] explicó la lección
con claridad."
Las comillas delimitan el discurso directo o indican
términos específicos:
- Discurso directo: Juan exclamó: "¡Estoy emocionado!"
- Términos específicos: El "software" debe actualizarse
regularmente.
Los guiones enlazan palabras relacionadas o dividen la
información en partes:
- Palabras relacionadas: Este es un problema socio-económico.
- División de información: El río —majestuoso y serpenteante— atraviesa
el valle.
El guion largo señala un cambio brusco en el discurso o
introduce una aclaración importante:
- Cambio brusco: El
bosque era oscuro —de repente, se escuchó un ruido extraño.
- Aclaración: El
presidente —según las últimas noticias— planea renunciar.
La interrogación y la exclamación indican preguntas o
exclamaciones, respectivamente:
- Interrogación: ¿Cómo llegaste tan tarde?
- Exclamación: ¡Qué sorpresa verte aquí!
La barra diagonal o diagonal inversa se utiliza para
separar opciones o indicar un cambio en el texto:
- Separación de opciones: Puedes elegir estudiar Medicina/Veterinaria.
- Cambio en el texto: Utilizó un lenguaje poético/figurado.
En resumen, estos signos de puntuación son herramientas
esenciales que dotan a la escritura de claridad y cohesión, permitiendo a los
lectores comprender el significado de manera más efectiva.
Texto 2
Sangre de campeón
Punto y seguido: rojo
Punto y aparte: Amarrillo
Coma: verde
El perro chilló y me soltó. Hubo exclamaciones de enojo. Lobelo
protestó:
- ¿Qué haces? ¡Vas a lastimar a mi mascota!
Volví a golpear al perro con la silla y entonces la
fiera se olvidó del juego que le habían enseñado y se abalanzó a mi cara. Interpuse el brazo y me encogí. Comenzó a morderme todo el cuerpo. Sentí sus colmillos penetrar en mi costado, mis piernas, mi
espalda, mi oreja...
- ¡Sepárenlo! ¡Lo va a matar!
Al fin lo apartaron
Me quedé tirado en el rincón.
Tenía la ropa desgarrada y varias heridas profundas. Estaba temblando de miedo y llorando de
dolor. Dos muchachitas me llevaron a
un sillón de la casa
- ¡Pobrecito! -murmuró una de ellas -, ¿te sientes
bien? Antes de que llegaras, estuvieron
jugando con el perro. Hubo varios
voluntarios. Fue divertido, pero
contigo las cosas se salieron de control... Pobrecito... Voy por medicina.
Me senté en el sillón y sentí que me desmayaba. A los pocos minutos volvió.
-Necesitas desvestirte. Para
lavarte y ponerte desinfectante.
¡Yo me voy! -dijo la otra chica -. Te quedas con él
- ¡Nada de eso! Felipe, desvístete
solo y entra al baño a curarte tú mismo. Aquí están las medicinas.
Caminé abriendo las piernas, lleno de vergüenza.
Entré al sanitario. Me quité el
pantalón lo lavé, lo exprimí y lo
froté con una toalla. Las heridas me
lastimaban el cuerpo, pero el
pantalón orinado me lastimaba el amor propio
Y ahora, ¿cómo
iba a salir del sanitario?
Bajé la tapa del excusado y me senté para
contemplar mi piel hecha trizas. Después, toqué mi oreja y observé el líquido rojo
que me manchaba la mano. Sentí ganas de vomitar.
¿Qué me pasaba? Eso no era normal. Volví a fijar la vista en la sangre. Descubrí cientos de bolitas moviéndose de
forma temblorosa, como si mi visión
pudiera penetrar en los intrincados secretos de ese líquido rojo.
Recordé las clases de Ciencias Naturales. Me habían
explicado que la sangre transporta oxígeno y nutrientes para llevarlos a cada
célula, también me habían hablado de
los defensores que habitan en ella y cuidan al cuerpo.
Me dejé ir por un rato como adormecido. Entonces
comencé a tener una especie de pesadilla más definida: Las ruedas en la sangre
formaron la figura de algunos soldados flacos, adormilados y enfermos. Parecían los tristes esclavos de una
guerra perdida. Era lógico pensar que
a los pobres no les habían dado de comer en varios días. También distinguí la imagen de varias bestias infernales, musculosas, fuertes
y de aspecto feroz. Sin duda, se habían alimentado muy bien últimamente. De pronto, ambos grupos comenzaron a
pelear. Fue una lucha brutal y
desigual. Los monstruos despedazaron a
los débiles soldados.
Salté lleno de miedo.
¿Qué me pasa? ¿Por qué veo esas terribles cosas? En
la sangre de mi hermano distinguí los mismos monstruos y soldados.
Entonces no pude comprender el significado de mis
alucinaciones, pero hoy sé que todos poseemos seres internos que nos dominan. Cuando un niño tiene conducta o
pensamientos negativos, alimenta a los poderes del mal. Cuando, por el contrario, piensa
o hace cosas buenas, vigoriza a sus
defensores. En mi caso, los monstruos eran más fuertes y habían
dominado a los soldados. Podía
sentirlo, porque me invadían el
coraje, la tristeza, el rencor, el
odio, y el temor.
Hice un esfuerzo, terminé de lavarme y coloqué
antiséptico en mis heridas. Después, me puse el pantalón húmedo para salir del
baño dispuesto a correr hasta la calle
En el garaje habían puesto música y algunos
muchachos bailaban. Lobelo se me interpuso
-Perdóname brother. Nunca
creí que el perro te atacara de a de veras. Olvidemos
los malos ratos y terminemos el día en paz. Ven.
Me abrazó por la espalda y me condujo hasta una
mesa en la que varios muchachos contaban chistes. Me
recibieron con amabilidad. Todos
estaban un poco apenados por lo que me había pasado. Me ofrecieron una deliciosa bebida dulce. A los primeros
tragos, sentí que mi cuerpo se
revitalizaba.
Sabía que debía alejarme de ahí, pero me faltaba carácter. Estaba muy mareado.
Algunos de mis compañeros de doce y trece años
fumaban. En el centro del rectángulo dos muchachas interpretaban un baile sexy. Después, una
chica me sacó a bailar y yo acepté. Me
ofreció un cigarrillo e intenté fumar. No
pude. Seguí tomando la bebida dulce
que todos tomaban.
En pleno baile, perdí
el equilibrio y caí al suelo.
Oí que alguien dijo:
Felipe está borracho.
No recuerdo qué pasó después. Me llevaron a mi casa
a medianoche. Hallaron la llave de la
puerta en mi pantalón y me dejaron tirado en la sala. Tuve pesadillas: Soñé que tenía como mascota un perrito
blanco que me acompañaba a todas partes; pero estaba flaco y enfermo. Íbamos caminando por la calle, cuando apareció Lobero frente a mí. Llevaba a su enorme perro
Negro. Mi esquelético cachorro trató de defenderme, pero la fiera negra lo descuartizó y se
abalanzó hacia mí para atacarme.
Desperté bañado en sudor. Apreté un botón de mi reloj de pulsera y la lucecita azul
me dejó ver la hora: La una y media de la mañana. Las
heridas me dolían. Me puse de pie y vi
la figura de un hombre.
El intruso se acercó a mí. Era mi padre.
De igual manera una infografía sobre la silaba tónica
A continuación les dejo el enlace de un video sobre la importancia de la ortografía.
Referencias:
El almohadón de
pluma es un cuento del escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), publicado en el libro Cuentos de amor
de locura y de muerte en 1917
Sangre de campeón. - Autor:
https://youtu.be/jo3Ox5y7b6Q?si=D9NO6Tsrf-Q9P2ij
Comentarios
Publicar un comentario